Es una invitación a un sencillo darse cuenta de que todo cuanto pueda ser observado es posible hacerlo desde innumerables perspectivas, tantas como observadores seamos.
Nuestra pregunta más
reciente era / es ¿Acaso no tendría sentido emular el viajar de la Vida?
Veremos cómo mirando, hilando, mirando,
hilando, mirando conectaremos
preguntas con respuestas, "sin sentidos" con "sentidos". En el estadio de la
evolución que se caracteriza por preguntar, por inquirir, por la inconformidad
con lo que nos rodea, por un intento casi desesperado por comprender, resulta vital, -hago énfasis en el
término vital- el intuir la relación
existente entre el yo que experimenta y lo experimentado, entre el yo y el tu,
entre el yo y lo otro. Y digo bien intuir
y no reflexionar porque cada territorio de nuestro viaje es un lugar en la
conciencia, y en cada territorio funcionan leyes dispares, distintas. El ámbito
de lo llamado superior o espiritual no es accesible a la mente concreta. Y las razones que ordenan lo inferior
desde lo superior tampoco. El párvulo no está capacitado para entender el Plan
de estudios en manos de su Maestro.
Pero la mente concreta utilizada como instrumento de navegación, como foco, nos orienta en la dirección de la que procede el anhelo mismo de conocer, de comprender, de entender el sentido de las cosas, el sentido de las dificultades, de que cobre vida el valor del conflicto y por ende pueda éste morir en forma de solución. La reflexión, por duro que parezca, siempre acaba en una valoración realizada por contraste. Este paisaje es más bonito, más verde, más lo que sea… pero siempre comparado con este otro paisaje. Lo mismo es predicable de toda persona, cosa o situación. Mirar, mirar, y volver a mirar, nunca serán suficientes ni pocas el número de veces que lo repitamos, mirar, como decía, es el paso para ver sin prejuicios, sin los modos condicionados que hemos aprehendido y que se han prendido de nuestro ser “como si” fueran el ser. Este modo de percepción y su consecuente efecto de identificación dan configuración al “yo” que compara y juzga, a “ti” que te comparo y juzgo y a todo “lo otro” que comparo y juzgo. Este “yo”, “tu” y “lo otros” son algo disminuido en mi mente y por mi mente. Este comparar y juzgar por contraste, nos encadena inexorablemente a nuestra vara de medir, acostumbrada a separar por medidas y valores de todo orden. Esta costumbre se hace ley, y esta ley sanciona y condena, y en la condena nos hacemos reos de nuestro modo particular de ver.
Pero la mente concreta utilizada como instrumento de navegación, como foco, nos orienta en la dirección de la que procede el anhelo mismo de conocer, de comprender, de entender el sentido de las cosas, el sentido de las dificultades, de que cobre vida el valor del conflicto y por ende pueda éste morir en forma de solución. La reflexión, por duro que parezca, siempre acaba en una valoración realizada por contraste. Este paisaje es más bonito, más verde, más lo que sea… pero siempre comparado con este otro paisaje. Lo mismo es predicable de toda persona, cosa o situación. Mirar, mirar, y volver a mirar, nunca serán suficientes ni pocas el número de veces que lo repitamos, mirar, como decía, es el paso para ver sin prejuicios, sin los modos condicionados que hemos aprehendido y que se han prendido de nuestro ser “como si” fueran el ser. Este modo de percepción y su consecuente efecto de identificación dan configuración al “yo” que compara y juzga, a “ti” que te comparo y juzgo y a todo “lo otro” que comparo y juzgo. Este “yo”, “tu” y “lo otros” son algo disminuido en mi mente y por mi mente. Este comparar y juzgar por contraste, nos encadena inexorablemente a nuestra vara de medir, acostumbrada a separar por medidas y valores de todo orden. Esta costumbre se hace ley, y esta ley sanciona y condena, y en la condena nos hacemos reos de nuestro modo particular de ver.
Hay dos etapas, por sintetizar,
que conviene mirar, que se invitan a
mirar. La primera y que ofrece mayor dificultad –ya estamos comparando de
nuevo- es la que nos invita a un darse
cuenta sencillo, sin más, de que toda
posible modalidad o modo de ser es perfecto en sí mismo, que cada modo de
ser representa un número determinado de talentos, de energía, de amor y de
inteligencia que pudieron ser puestos en
valor, en desarrollo, que pudieron
ser actualizados por el individuo. Este actualizar se refiere a la
capacidad de desarrollar y ejercitar el valor intrínseco del que somos
substancia y esencia, y que constituye nuestra verdadera naturaleza e
identidad. Cada persona actualiza, esto es, expresa toda una gama voluntades, de afectividad y de inteligencia
que son, sí, un modo limitado de
expresión de una Voluntad, de un Amor y de una Inteligencia Totales. Nada ni nadie está conformado por nada que
no sea esa triple naturaleza: Voluntad, Amor e Inteligencia. Mirar y
realizar esto lleva de forma natural y espontánea a la comprensión de que cada perspectiva en el observar de la
vida responde solo al lugar de ubicación
del observador. El lugar desde donde observa el observador es su propio estado de conciencia, resultado de su
ejercitar sus talentos de voluntad, de
amor y de inteligencia. Hay una segunda etapa donde se advierte plenamente,
con toda evidencia, que cada voluntad, que todas las sumas de voluntades, que
el amor y todas las sumas de formas de amor, que la inteligencia y todas las
maneras de expresión de la inteligencia son un YO, que es Voluntad, Amor e Inteligencia, y si queremos ponerle
etiquetas o adjetivarlo le llamamos Ser Trascendente, Ser Absoluto, Causa de
todo lo creado, Naturaleza, Dios, no
importa cómo, porque estos modos o adjetivos sólo apuntan a lo que Es. Recordemos
que una foto no es el Ser, sólo será una imagen momentánea, un reflejo aparente, captado en un
instante de la inmensidad del Ser.
Hay que trascender la imagen para llegar
al Ser.
Continúa el hilo a "Observación desapegada"
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