EL ESPÍRITU DE LA MEDIACIÓN
Antes
de proseguir, debo traer a confesión que mi visión, aquí y siempre, se nutrió y
alimentó de toda experiencia vital traída de la mano de todo aquel al que la
Existencia invitó a mi área o parcela, en ese campo de juego de comprensión de
relaciones que es la Vida. Por tanto, quedo yo como mediador y en el medio
de todas las experiencias, en silencio, admirando y comprendiendo, y
comprendiendo amando a todos los actores que les dieron vida, no importa qué
papel interpretaran ni, en su caso, el conflicto que asumieran.
Son
estas reflexiones un especial un reconocimiento, en este darme vida y en este
descubrir la Esencia, a la labor de mi padre, Juan Iglesias, Romanista,
profesor y maestro de 60 generaciones de alumnos. Me recrearé en algunos de sus
pensamientos y enseñanzas rescatándolos de sus escritos y, porqué no decirlo,
también del éter, para expresar lo que con tanta pasión fuera motivo central de
su vida: Sentirse y profesar el Espíritu del Derecho, esto es, ser uno, aunarse
con Él, y de todo ello hacer oficio.
Éste
es un legado al que no puedo renunciar y es que, por verdad o no, quizá lo
lleve impreso en la sangre, quizá en la eterna aspiración que, latente o
despierta, todos tenemos de jurista. A sus alumnos, a lo largo de los tantos
años, se confesaba él como “[… jurista
que no va en búsqueda y persecución de los conceptos, sino de lo que es bueno y
justo, porque en eso consiste el Derecho”]. [1] En su Visión
Retrospectiva, nos hizo partícipes de tan sagrado anhelo, empeño que dio
fragua en su magisterio a sus mejores luces y bríos, adornados de esa túnica
que bien ciñe quien encarna la divina condición de jurista: “Por verdad, el jurista romano, llamado a sí
mismo “sacerdos”, sabía tender un puente entre la tierra y el cielo, empalmando
al hombre, regido por el Derecho, con lo divino”. Esta condición
unificadora, más bien diría alma de jurista, supo reaprenderla, amén de otros, de
Miguel de Unamuno, quien como Rector de la
Universidad de Salamanca, firmara en junio de 1936, su nombramiento como
Profesor Auxiliar de Derecho romano. En
las palabras de D. Miguel a sus alumnos pronunciadas en la Real Academia de
Jurisprudencia y Legislación el día 3 de enero de 1917 encontró mi padre luz y
guía para su proceder vital, son estas “[…]
he tratado de inculcarles la dignidad del hombre, la dignidad, no ya del hombre
transitorio, la dignidad del hombre eterno, que es siempre alumno de la vida,
que es siempre ciudadano del espíritu del universo […]. Comulgo con estas
palabras, y me apremio en la tan necesaria tarea de resignificar el más
profundo sentido del término Derecho, reivindicando que esa dignidad del hombre eterno, ciudadano del espíritu
del universo, es a la que sirve el Derecho en bien del hombre transitorio. También reivindico que hombre transitorio y hombre
eterno no son distintos. Es primero, por tanto, el Ser humano eterno y
después el Derecho y todo lo demás. Si cada época no puede sustraerse al Tiempo
que a todas abarca, tampoco el mero transcurso del mismo quita un ápice de
valor a la esencia de la Verdad, que se muestra natural a modo de dádiva en incontables
formas y a cada instante. A la sucesión de momentos llamamos épocas, y cada una
ofrece, en apariencia, sus propias preguntas y respuestas, sus propios
conflictos y soluciones. Más, ¿no habríamos de preguntarnos si no hay tan sólo
una Pregunta que sólo quepa responderse de infinitas maneras? ¿nos hemos
ocupado lo necesario no ya por conocer sino por entender qué es Esencia -Hombre Eterno-, y más aún en sabernos
SER Esencia desde nuestra identificación como hombre transitorio? ¿Acaso no fuera esta disociación original causa
y nacimiento a la vida del conflicto o, tanto monta, del conflicto a la vida?
¿Acaso no sea este el juego universal de la desmemoria del Ser-Esencia que se
fragmenta y divide hasta el conflicto del olvido? ¿Acaso no será regla talismán
de este juego universal el errar-amar y el amar-errar errando por los caminos
de la desmemoria? ¿No podrían ser los velos de la desmemoria el ropaje del conflicto?
¿No será que la memoria y la identidad que como secreto atesora se descubran
con cada una de las infinitas respuestas armonizadas todas de igual misterio?
Es muestra de inteligencia del ser humano el
reconocimiento de lo hondo que anida en cada manifestación de la Esencia, y por
tanto en la suya propia. Así, esa esencia pervive y es captada y ha de ser,
trascendiendo lo aparente, puesta en razón, que es decir en práctica,
conscientemente vivida. Así, esa esencia pudo ser mostrada por maestros y sabios
con visión universal y encarnadora presencia. Mi padre, tanto en privado como
en sus escritos hacía reiteración de pocas ideas todas hermanadas con el
espíritu del descubrir la esencia, de aquellas que no por repetirse adquieren
mayor grado de certidumbre, pero que son semillas dispuestas a morir ante la
atenta mirada de quien se avenga, en singular y personal proceso científico, a ejercitar
reivindicación primero, a prestar silencio seguidamente, y comunión quién sabe
con qué, después. Entre éstas, siempre resonó en mi la idea carneluttiana del
Derecho: “[… Juristas son
los bienaventurados que aman. Porque el Derecho, según la idea carneluttiana[2],
no falta de refrendo en letras primeras del Digesto[3]
es “una de las formas que toma el amor para obrar entre los hombres”].
Quisiera
que esta idea quede o no en entredicho, permita, no importa cuándo ni cómo, percibir
la resonancia que es semilla y preludio de un investigar hacia la profundidad
del Ser. Tal resonancia, debiera haber
estado presente en mi cuando, por puro mimetismo, inicié los estudios de
derecho – y es que siempre dije, ante mi falta de vocación inicial, que “si mi
padre hubiera sido carnicero ahora yo cortaría las chuletas divinamente” –
esperando que al decir esto en tono de afectuosa broma, no sea motivo de conflicto ni para
vegetarianos ni ateos. Navegando sin
saber hacia las simas del Ser seguí inercias internas que dieron conmigo en
1982 en el ejercicio de la abogacía, descubriendo allí, en esos espacios de
laboreo, que todo rezumaba Ser, que toda norma tenía por motivo al Ser. En
estos años vida y profesión al unísono y como si de una
sola voz se tratara, fueron renovando significados y armonizando uno y otro
término para sumergirlos y substanciarlos en este, el más amplio, del Amor[4].
Mi perspectiva en estos años fue cambiando y mi fuero interno y más profundo
pudo hacerse presente para ganar en algo más de comprensión y realidad. Es
ahora, sólo recientemente, que apareció ante mi el instituto de la mediación en
convite a seguir ahondando en mi búsqueda, y continuar en nuevo modo profesar
oficio de jurista.
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[1]
Juan Iglesias. Estudio y enseñanza del Derecho Romano (Visión retrospectiva)
Comunicación publicada en el nº 31 de los Anales de la Real Academia de Jurisprudencia
y Legislación.
[3]
Ulpiano, D. 1,1,1,1. Cfr. Alfonso el Sabio, P.1,1,6; P.1,1,10
[4]
Juan de Yepes (Cántico
espiritual) Mi alma se ha empleado, y
todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
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