Aquí,
reducido todo tiempo a presente, se nos emplaza a los juristas para, como “sacerdos”, vincular inteligencia,
afecto y energías a la labor mediadora que, en un movimiento en espiral, representa
y se muestra como una expansión de conciencia reunificadora. La mediación es,
por encima y por abajo, por dentro y por fuera, y así lo proclamo, un acto de amor,
de conciencia social comprometida en esa labor progresora de hacer de las leyes
verdades no desligadas de sus manaderos esenciales. Sus frutos, no importan
tanto los tiempos, serán la reconexión con la fuente, con la Ley que articula
el despliegue del Ser en todos los seres.
Si
a cada momento histórico le cabe ser dueño o esclavo de sus propias ideas y
creencias, de sus mejores o peores realizaciones, es la nuestra, y en
particular el tiempo vivido en presente, propiciatoria para un maridaje entre
ciencia y corazón.
“Lo que deseo
es que el quehacer palingenésico no se aquiete, no se pare en reconstrucción
sólo formal o gramatical, de suerte que sirva de soporte a la alta tarea de
desentrañar el espíritu acunado en cada una de las figuras o instituciones
jurídicas, reconduciéndolas todas al espíritu general, al que es eje y motor
del ordenamiento jurídico entero.”[1]
La
mediación es parte de esta labor palingenésica, de regeneración, de renacimiento
de los seres a una mayor armonía, a su conciencia axial, a su Ser. Hay en la
mediación, bien mirada, notas muy reveladoras de una función que es al tiempo
circunstancia y encuentro, salida y llegada, pero todo ello desde el centro,
desde una neutralidad que es y se predica como sagrada, desde un punto medio
que equidista de todo posible extremo.
La
mediación se comporta como instrumento revelador de una conciencia más amplia
de aquella que es suma de los mediados a los que asiste. El acto de estar en el
centro sin tomar opción constituye en sí mismo, a pequeña escala, una reproducción
del hacer y deshacer del universo. Permite, bajo determinadas leyes, la adopción
de nuevas formas, posturas, perspectivas, maneras, creencias, ideas, más todas
partícipes de un impulso emergente que tiene por forzosa y natural tendencia la
convergencia en la unidad de la que todo procede, y en la que todas viven,
mueren y renacen a un tiempo.
El ser humano es conquistador
de la armonía a través del conflicto y su grial la Vida en Armonía, no importa
si no se agotaron las hieles del conflicto cuando en su latir y en sus labios se
sabe ya hombre eterno.
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[1] Juan
Iglesias. Pasado, presente y futuro del Derecho. Labeo, Rassegna di diritto
romano. Jovene – 43 (1977) 1 – Napoli. P. 29
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