martes, 18 de noviembre de 2014

El Espíritu de la Mediación - Abordando el conflicto (5 de 10)


EL ESPÍRITU DE LA MEDIACIÓN
2. Abordando el conflicto
En función de la perspectiva cabría afirmar, de un lado, que el conflicto es la substanciación, la materialización de la energía en un objeto determinado, podríamos decir que el conflicto se ha cosificado, es cosa; desde el lado opuesto cabría aseverar simplemente, que el conflicto no tiene sustantividad propia, es una idea en la mente del ser humano. Comprender el conflicto exige necesariamente acercarse a quien es agente y sujeto del conflicto, al ser humano, y al marco de relaciones en donde se suscita y resuelve. El ser humano en su faceta y escala de hombre transitorio, en su impulso inmanente de progresar presta su atención y su energía a todo aquello que experimenta como una compensación a su falta de conciencia de hombre eterno. Su carencia de conciencia de ciudadano-espíritu del universo ha de llenarla, y en su natural desenvolvimiento como alumno de la vida actualiza sus atributos –voluntad, amor e inteligencia-, se completa y realiza trecho a trecho, trance a trance. A tal fin el ser humano presta interés a las cosas, a lo externo, a sus creencias, de tal modo que el objeto de su interés, aún siendo transitivo y con fecha cierta de caducidad, deviene importante y esencial. Esto es así, porque como hombre transitorio todavía no ha actualizado en sí, no se apercibió de su propia condición de hombre eterno, trascendente. Tratamos en nuestra ceguera de suplir la Esencia con lo que provisoriamente hacemos importante.
Nuestro interés cambia de objeto a objeto en un movimiento compulsivo de la mente. En este estadio del desarrollo del ser humano lo sagrado es el mundo sensorial, empírico, material, sin más. Para cada uno deviene importante aquello a lo que le prestamos atención y energía. La importancia de la cosa o del conflicto se sustenta en tanto la abrigamos con nuestra atención y energías prestadas. Retirada la atención y la energías, simplemente la cosa, el conflicto se desvanecen.
Nos movemos en una dimensión horizontal sin la profundidad donde se asienta lo espiritual. En esta dimensión el conflicto no sólo es necesario sino inevitable, es regla y lógica del juego. Y no porque en sí mismo exista, sino porque en este particular estadio de la evolución es el resultado del movimiento de la mente enfocando su energía al objeto de su interés en un marco de supervivencia, de autoprotección, de competición, de carencia. El ser humano acaba por identificarse con aquello y como aquello a lo que presta interés y energía, haciendo así curricula vitarum, sumando y añadiendo experiencias que son las vestiduras del –hombre transitorio- y velos que en forma de juicios garantizan opacidad y condena a repetir partida, en similar versión distorsionada del juego del hombre eterno. Más no ha de caber desesperanza en lo natural, en la lógica, en la ley, y sí gran aliento en la Ley universal.
En esta dimensión horizontal infinitas son las formas y modos con los que el hombre transitorio se iguala, y en su confusión y temor a la pérdida del objeto con el que se ha identificado discute y enarbola la bandera del conflicto sin saber que un corazón viajero equidista de todos sus viajes. Más nada ni nadie viaja sólo en el universo. El universo, la realidad, es bien sabido que es una y se articula en una jerarquía dinámica de holones que emergen y trascienden. Así, se hace preciso el entendimiento y nexo en esa relación de hombre transitorio con hombre eterno y su proyección trascendente universal. Baste al efecto una visión sencilla y unificadora: al igual que la entidad  átomo es al tiempo un todo y una parte de un todo mayor, la entidad célula; ésta es a su vez un todo y al tiempo una parte mayor de otro todo mayor, la entidad organismo; de igual manera el organismo sigue siendo al tiempo un todo y una parte de un todo mayor, la entidad cuerpo humano; así el ser humano, en todas sus estructuras de todo orden es un todo, un micro universo, más al tiempo una parte de un todo mayor, la entidad género humano.  Nadie puede hacer abstracción de esta jerarquizada correspondencia si pretende la comprensión de su ser ni de los fenómenos de relación en que vive, incluido el conflicto. Esta escala, jerarquía y condición es predicable de todo en la naturaleza, y háblese de reino físico, reino animal, reino humano, reino espiritual, o de cualquier otra holoarquía lo superior siempre engloba, incluye, participa y da vida a todo lo inferior.
Hemos de descubrir en este proceso trascendente, en su dimensión vertical, que como hombres transitorios alumnos de la vida somos un holón, un todo; que tal clase de conciencia no se agota en sí misma y es al tiempo una parte de una conciencia mayor el hombre eterno, ciudadano del espíritu del universo. Descubrir esto es reconciliar la Vida y todos los holones en su relación horizontal y todos los holones en su dimensión vertical. Descubrir y vivir la transcendencia es dar muerte al conflicto.

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